jueves, 7 de mayo de 2015

Los sombreros de don Fernando

Fernando Alemán, de 96 años, sigue trabajando como hace cincuenta años  en el oficio de hormar sombreros. Su especialidad fueron los borsalinos, barbisio y stetson.
LA PRENSA/ A. MORALES    

 Fernando Alemán, de 96 años, sigue trabajando como hace cincuenta años en el oficio de hormar sombreros. Su especialidad fueron los borsalinos, barbisio y stetson. 

 Horma sombreros desde hace más de medio siglo. Todavía lo hace, pero con menos frecuencia porque ahora la gente compra imitaciones mexicanas y chinas.

Por: Amalia Morales.  

Don Fernando Alemán, 96 años, de entrada refunfuña. Camina despacio, pero firme, sin titubear. Dice que si en estos tiempos le cae un sombrero a la semana para hacer o arreglar, es mucho. Que ahora no es como antes que la gente usaba sombreros de verdad y que los daba a hacer. Él sabe que hay montones en los mercados que tienen demanda por el sol y por moda, “puras imitaciones”, comenta, pero está convencido de que ya no se hacen con la calidad de antes un borsalino, barbisio o un stetson de fieltro como los que inmortalizó el general Augusto C. Sandino en la década de los treinta.

Don Fernando primero está de pie, junto a la mesa donde tiene varias hormas de sombrero, oficio al que se ha dedicado la vida entera, y luego da unos pasos, lentos pero certeros, y se acomoda sin dificultad en la silla plástica roja que está a un lado de la puerta. Un poco más relajado cuenta sus primeros pasos por el mundo de los sombreros.  


7,000 córdobas puede ser el costo de un buen sombrero, con materiales que garanticen durabilidad y que no se dañen cuando llueva, explica don Fernando Alemán, quien asegura que el tamaño estándar de las cabezas es entre los 56 y 57 centímetros.   



Don Fernando nació en Masaya, pero “muy chavalo” se vino a buscar vida a la capital. Llegó a Managua en 1944. Había una sola ruta, muchos coches y todavía no se reponía del terremoto del 31, según recuerda este hombre que cursó la escuela hasta tercer grado, pero que halló trabajo y oficio en los negocios de sombreros de los hermanos Ronaldo y Arnaldo Vargas Vásquez, quienes eran hijos de su madrina y propietarios del Palacio de los Sombreros y la Casa de los Sombreros, como se llamaban ambos negocios, que se destruyeron con el terremoto de 1972.

“Todo lo que se usaba se traía de Italia”, recuerda don Fernando, a quien un día sus jefes escogieron para viajar a México y ser capacitado en el uso de máquinas para fabricar sombreros.

Estuvo allá un par de meses y luego vino a reproducir lo que había aprendido.

Un sombrero, según don Fernando, se compone de dos piezas: la copa y el ala, pero alrededor hay muchos otros detalles, como la cinta, el ancho del ala, la forma de la copa, baja o alta, con dobleces, que le terminan dando el “piquete” y estilo a un sombrero.

Recuerda don Fernando que hubo una época en que a las mujeres les gustaba usar el sombrero cordobés, porque tiene un ala recta, tendida y una copa bajita. En las fiestas hípicas de algunos pueblos todavía es común que las mujeres usen este tipo de sombrero, que puede ser de cualquier color, pero generalmente se usa en negro o marrón. 

Fátima Alemán,  penúltima hija de don Fernando Alemán. Ella lo apoya en sus quehaceres y también ha aprendido el oficio de su padre.  LA PRENSA/ A. MORALES

 Fátima Alemán, penúltima hija de don Fernando Alemán. Ella lo apoya en sus quehaceres y también ha aprendido el oficio de su padre.  


TALLER PROPIO   

“Cuando comenzó la tembladera nos fuimos para Masaya”, dice don Fernando, y se refiere a los días aciagos que vivió Managua después del terremoto de 1972 y a la salida con su familia, su esposa y sus hijos.

Volvieron a las semanas, cuando todo estaba en el suelo. El Palacio y la Casa de los Sombreros se habían borrado del mapa como gran parte del centro de la capital. Había que comenzar de nuevo. Con el tiempo se instaló en el sector de El Paraisito. “Todo esto era potreros”, comenta el anciano, que se levanta a las 5:00 de la mañana y se acuesta a las 6:30 de la tarde, luego de que su hija Fátima le prepara el café con leche y pan.

Don Fernando se detiene a contar su historia en El Paraisito. Había un señor que miraba que él era muy trabajador y le ofreció alquilarle una casa esquinera, en la que no había una gran construcción. “Don Fernando, usted es trabajador, le alquilo aquella casa por cuatrocientos pesos”, le dijo. A don Fernando le pareció una fortuna, pero su esposa lo animó, alquiló el lugar y comenzó con su “Hormadería D sombreros”, como se lee en una de las paredes que da a la calle.  

EL SANDINISMO LO SEPULTÓ 

Allí floreció y decayó su negocio. “Antes de la guerra”, repite varias veces don Fernando en alusión a una época mejor. Tuvo un cliente mexicano que llegaba todos los sábados a retirar pedidos de varios miles de sombreros. Se apreciaba mucho el producto que aquí se hacía. En ese momento, don Fernando tenía ocho trabajadores. “Se trabajaba por turnos”, dice su hija Fátima, quien oye la conversación. “A veces uno se acostaba hasta las 2:00 de la mañana trabajando”, dice don Fernando, quien se queja de varios males de salud, entre ellos de la vista. Dice que no mira lo suficiente como para sentarse en una máquina y coser sombreros. Eso lo hace ahora su hija Fátima, quien ha aprendido el oficio, lo mismo que sus otros hijos.  

CON 96 AÑOS Y EN BUS  

A pesar de sus quejas, don Fernando no ha perdido la energía. Por lo menos una vez a la semana se levanta muy temprano, cruza la calle —anda sin bastón— para tomar un bus en ruta al Reparto Schick, donde vive otra hija. Allí va a misa, es muy católico, y después de la eucaristía pasa a ver a su hija y a tomarse un café con ella. A eso de la 1:00 de la tarde, la hija lo encamina a la parada para que vuelva a tomar el bus y regrese a su casa. Dice que se halla buseros amables, “algunos hasta se bajan y me ayudan a bajar”, dice este hombre para quien “el sandinismo” en los ochenta acabó con su negocio. “Yo tenía 17 millones de córdobas y me salieron con 10,000”, dice sobre los días de devaluación. “Ahí me fui truncando”, cuenta y a eso le suma que ahora la gente compra cualquier cosa por sombrero. Algunos buenos compradores viven en los departamentos y no vienen a Managua por miedo, dice él. Su hija, por ejemplo, ahora está resolviendo un pedido de sombreros para Rivas.

Pero la mayoría de los compradores se conforman con las imitaciones mexicanas o chinas, comenta este hacedor de las famosos borsalinos, quien irónicamente prefiere la gorra a los sombreros, la que lleva puesta no se la quita ni siquiera bajo la sombra. Fátima intenta sugerirle que se la quite para las fotos, pero él con un guiño en el brazo le dice que no, que “así con la gorra”, va a salir.
 
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HIJOS VIVEN DEL MISMO OFICIO  

Fátima Alemán cose en la máquina Singer las alas de varios sombreros de tela que debe entregar en estos días. Dice que llegan diseñadores para encargarle sombreros, boinas y gorros para eventos específicos. Los otros hijos de don Fernando también aprendieron el oficio y de eso viven. Fátima comparte que el costo de los sombreros que ella confecciona varían: desde 200 córdobas hasta 70 las boinas y sombreros con viseras de alas muy anchas. La gente los pide así por el sol.

El taller de don Fernando, donde habitan él, su hija y un nieto, está situado del semáforo de la Tenderí, dos cuadras al sur a mano izquierda. El número celular de contacto es el 85334722.  

A pesar de que su visión  ha disminuido, don Fernando todavía anda en buses.  LA PRENSA/ A. MORALES      

 A pesar de que su visión ha disminuido, don Fernando todavía anda en buses.    

Tomado del diario digital, www.laprensa.com.ni, Managua, Nicaragua.    
Sección: Reportaje Especial.  
Jueves 07 de Mayo del 2015. 




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