viernes, 24 de abril de 2015

Cortadora de vidrios

Liliam Roque muestra parte de su trabajo que consiste en forrar con vidrios de colores las vasijas de barro. ha creado una variedad de diseños como mariposas, jarros, hongos,  ranas lapiceras, entre otros.
LA PRENSA/ A. MORALES

Liliam Roque muestra parte de su trabajo que consiste en forrar con vidrios de colores las vasijas de barro. ha creado una variedad de diseños como mariposas, jarros, hongos, ranas lapiceras, entre otros. 

Tras ocho años de estadía en México aprendió a forrar vasijas de barro con vidrios de colores. 

Cuando se fue de Nicaragua tras el “sueño americano”, Lilliam Roque no era artesana. Era una más de ese ejército de miles que abandona su país y emprende hacia el norte un viaje incierto, plagado de peligros, sostenido solo por la ilusión de mejorar su situación económica.

A Lilliam se la llevó el mismo “coyote” que se había llevado a su hija mayor años antes. Ella, quien ahora vive en Los Ángeles, fue quien costeó la travesía de Lilliam hasta Tapachula, México, donde el coyote la dejó a ella y a otros dos. Les dijo que iba a otro estado mexicano a resolver unos problemas, que volvía en una semana, pero nunca llegó. Los tres se quedaron trabajando en una casa “por comida y techo”, dice Lilliam y añade que nunca agarraron ni un peso. No estaban secuestrados. Podían salir, pero con mucho cuidado porque vivían con miedo de que los agarrara “la migra”. 

El taller de Lilliam Roque funciona en su casa en Nagarote. Desde el terremoto de abril del 2014 las paredes del zaguán quedaron rajadas y parte de la vivienda no se puede habitar.  LA PRENSA/ A. MORALES    

El taller de Lilliam Roque funciona en su casa en Nagarote. Desde el terremoto de abril del 2014 las paredes del zaguán quedaron rajadas y parte de la vivienda no se puede habitar.  

“Un día llegó Migración por la noche y salieron corriendo todos. Menos yo. Si me corro me van a agarrar, pensé”. Después de ese incidente, los otros decidieron regresarse. Ella no. “Yo no me regreso derrotada a Nicaragua. Yo tengo que seguir adelante”, se decía aún en contra de los consejos que le daba su hija, quien también sugería retornar.


TROQUELAR, PINTAR MUEBLES
Ese deseo de avanzar llevó a Lilliam por otros caminos. Se quedó y tuvo varios trabajos. Estuvo vendiendo pozol para una señora que la trataba bien, dice. Estando allí conoció a un chofer de furgón, un trailero, como les dicen popularmente en México, y este hombre la invitó a viajar a Guadalajara con él para que se encargara del cuido de sus hijas pequeñas.

Su hija le dijo que tuviera cuidado, que “los traileros son bandidos” y podía estar tramando otra cosa. Ella también lo pensaba, pero aceptó la oferta de empleo. Viajó con él a Guadalajara, y en efecto el hombre la llevó a una casa donde la esperaban dos niñas pequeñas de las que comenzó a hacerse cargo: acompañarlas, cocinarles, llevarlas a la escuela. A cambio recibía un salario y un lugar donde vivir. “El hombre fue muy formal, muy decente”, recuerda Lilliam, quien pensaba en trabajar para enviar dinero a Nagarote, Nicaragua, para el sustento de su mamá y una nieta.

Esa fue la razón por la que Lilliam buscó un empleo extra en un taller de hierro, donde pidió empleo y le enseñaron a troquelar y a armar hierro, algo que nunca había hecho antes a sus 48 años. 

En Nagarote, Lilliam había trabajado como colectora en la Alcaldía. 

Los precios de las figuras y jarrones decorados con vidrios oscilan entre cien y setecientos  córdobas.  LA PRENSA/ A. MORALES    

 Los precios de las figuras y jarrones decorados con vidrios oscilan entre cien y setecientos córdobas. 

“Empecé a cortar fierros y armar acoples para vehículos”, cuenta orgullosa esta mujer de 56 años. 

MARIPOSAS DE VIDRIO
Después entró a otro taller donde pintaban muebles y también aprendió a pintar.

Vivía en Tonalá, sitio al que recuerda como una ciudad de artesanos. Pasó por otro taller donde trabajaban con vidrio, pidió un chance y aprendió a cortar y pegar vidrio en vasijas de barro, una técnica que parece sencilla pero requiere precisión y paciencia. Ahora, de cortar, pintar y pegar vidrio, Lilliam está intentando vivir en Nagarote, su pueblo natal. Jarrones y figuras de barro como mariposas, hongos, frutas, los decora con vidrios de colores y trozos de espejos.

Donde los exhibe resulta una novedad. Cree que es de las pocas, o tal vez la única, en confeccionar artesanías con esa técnica.

Por ahora, su principal vitrina es un quiosco del parque municipal de Nagarote, que está pensando dejar por los altos costos del alquiler del local.

Lo poco que ha mostrado en el quiosco ha cautivado a turistas nacionales que llegan a Nagarote a comer quesillo.

De las piezas que vende está resolviendo las necesidades domésticas y de salud de su mamá y su nieta.

Lilliam no pudo traer todas las herramientas que hubiera querido para perfeccionar su técnica y para mejorar el acabado de las piezas como ella quisiera. Dice que le faltan un soplete y un compresor que le ayudarían a fijar mejor la pintura.  

En el trabajo minucioso de cortar las placas de vidrio se involucran su mamá, doña Cristina y su nieta, Naylet Merced. Por ellas Lilliam volvió, tras ocho años de haberse establecido en México.

Su historia de inmigrante no tuvo los pasajes tétricos de tantos otros, en su caso valora que trabajó “como un animal” y aprendió varios oficios que ahora le permiten presentarse y ejercer como “artesana”. 

“Hice muchas cosas, muchas y el terremoto del año pasado me quebró todo  lo que había invertido, prácticamente me dejó en la calle. Pero no me desanimé, a empezar de nuevo”. Liliam Roque,  artesana que ha creado su taller en Nagarote.  

 “Hice muchas cosas, muchas y el terremoto del año pasado me quebró todo lo que había invertido, prácticamente me dejó en la calle. Pero no me desanimé, a empezar de nuevo”.
Liliam Roque, artesana que ha creado su taller en Nagarote. 

Los mangos de doña Cristina
Desde la calle lo que se mira es una mesa de mangos maduros y una pana con jocotes entre sazones y rojos, detrás de la cual se sienta doña Cristina Baltodano, de 77 años, la mamá de la artesana Lilliam Roque. A pocos metros de la mesa de frutas, en el mismo zaguán de paredes rajadas por el terremoto del año pasado, funciona el taller de Lilliam.

Hay una gran cantidad de vasijas y figuras de barro que la artesana encarga a señores de La Paz Centro y que luego ella pinta y decora con vidrios y espejos.

A Lilliam le gustaría ampliar el taller de artesanías en otra parte de la casa que quedó inhabilitada tras el terremoto de abril del año pasado. Ella cuenta que había venido a pasar Navidad del 2013 con su mamá y decidió montar un negocio en la casa, para ello vendió un terreno que tenía en México e invirtió el dinero en materiales y herramientas. Pero todo se vino abajo con el sismo. Ahora, dice, está empezando de cero en el mismo lugar que cita de Enitel tres cuadras y media arriba, en Nagarote. Para cualquier información su número de celular es: 89399079.   

Tomado del diario digital, www.laprensa.com.ni, Managua, Nicaragua.
Sección: Reportaje Especial.
Viernes 24 de Abril del 2015.
Fecha Original: Miércoles 22 de Abril del 2015.


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