Empujando un carro de paletas repasa a pie una docena de barrios de la
capital. No le huye al sol ni al calor, al contrario, es cuando más
puede ganar.
Por: Amalia Morales.
Antonio tiene horas específicas en las que pasa por algunas calles. A las 3:00 de la tarde, por ejemplo, dice que está girando por un laboratorio que está en el barrio Costa Rica. Hoy va un poco atrasado. Algunos clientes se lo hacen saber. “Ideay, te estaba esperando”, lo increpa un hombre de gorra desde el corredor de una casa. Como no le compra, Antonio apenas se detiene y sigue su viaje a pie. En breve llegará a la calle que bordea el cauce y que es el límite entre el San Luis y el Costa Rica, el penúltimo barrio que recorre Antonio en su periplo cotidiano.
Esta clienta del barrio San Luis espera a Antonio, quien todos los días pasa por su casa alrededor de las 2:30 de la tarde.
Antonio se volvió vendedor de Eskimo después de que no halló más trabajo en la construcción. “No me ha ido mal”, dice con cierta frecuencia. Antonio es de una comunidad de Ciudad Darío. Se vino de allá a finales de los setenta, huyendo de una agricultura precaria y dura. “En la agricultura se sufre mucho”, dice Antonio, quien a pesar de los casi cuarenta años que lleva en Managua no ha perdido su acento norteño.
Como vendedor de paletas Antonio ha aprendido a recorrer la ciudad en sus horas más calurosas. Antes de las 8:30 a.m. llega a la agencia donde le surten el carro con paletas de sabores. A eso de las 10:00 ya va por callejones de Las Torres, donde él vive. Pasa por Quinta Nina, Chico Pelón y se mete al Oriental. Almuerza en los alrededores de El Novillo, paga 50 córdobas por el almuerzo y 12 por la gaseosa, cuenta este hombre de complexión delgada. Luego pasa por el 19 de Julio, otro barrio tragado por el Oriental, y luego le toca desandar ese trayecto.
En el agarradero del carro Antonio ha colgado un saco donde carga dos cosas fundamentales para su seguridad: una botella de agua y un machete. “No es peligroso pero por si acaso”, refiere y sobre el agua cuenta que esa botella la rellena unas cinco veces al día.
Es evidente que para ser eskimero hay que ser caminante y resistente. “Un gordito no puede hacer esto, no aguanta”, asegura Antonio, quien ha sabido de otros que no aguantan ni un mes en esto. Él ha durado alrededor de treinta años y cambiando cada cuatro meses de zapatos. “Y esas botas militares solo duran tres meses”, aclara y, mirándose las botas negras de suela gruesa, aclara: “Estos son buenos, pero son más caros, me costaron seiscientos”.
Antonio cumple con un horario, solo tiene un día libre a la semana, los jueves, y gana tres córdobas por cada paleta que vende, por eso sigue siendo un trabajador informal, sin derecho a seguro ni pensión. Le gustaría que esa realidad suya cambiara.
Dice que los domingos no se puede descansar porque si en la semana se venden 60 o 70 paletas, los domingos se pueden vender 160 paletas, más del doble de lo que vende diario.
Antonio Ruiz recorre barrios de la capital a la hora más calurosa con la ilusión de vender más rápido las paletas de sabores.
Lo más aburrido es la caminata, comparte, pero es evidente la costumbre, no cualquiera puede seguir el ritmo de sus pasos mientras empuja el carro con la barriga congelada.
“Eskiiiimo”, le grita una niña pequeñita desde una esquina mientras su abuela la vigila desde la puerta.
Antonio se regresa y despacha a la pequeña que quiere refrescarse con la paleta. Tres cuadras más adelante, otra mujer que lo ha estado esperando lo detiene y él, sin preguntar tanto, le despacha una paleta de chocolate, se nota que es una clienta.
Responsable de familia
Antonio Ruiz es padre de familia. De sus cinco tiene a tres fuera. Dos en Costa Rica y una en Panamá. Los hijos que están en el exterior le ayudan a él y a su esposa, ama de casa, con problemas de salud. Antonio es un hombre sano. Dice que nunca se enferma y que cuando regresa a su casa después de una jornada de caminata ayuda en algunos quehaceres domésticos. Generalmente, la calle no le inspira miedo, pero dice que en una ocasión un hombre le pidió un cigarro y como no se lo dio porque él no fuma, el hombre le pegó un tiro en el pecho, cerca del hombro.
Tomado del diario digital, www.laprensa.com.ni, Managua, Nicaragua.
Sección: Reportaje Especial.
Jueves 30 de Abril del 2015.