viernes, 29 de abril de 2016

Pan con sabor a éxito e innovación


 Por: Wendy Álvarez Hidalgo



Cuando en Nicaragua nace una panadería, su posibilidad de sobrevivir es casi cero. La mayoría recibe su “acta de defunción” un año después. Y si logra con éxito transitar por la ruta crítica del primer año, su supervivencia puede extenderse hasta los diez años, luego solo dos condiciones pueden salvarla de la extinción: un buen plan de relevo y tecnología. Dos ingredientes de los que carecen el noventa por ciento de los más de siete mil panificadores que existen en el país, entre pequeños, medianos y grandes. Esta es una de las razones por las que, según datos de la Cámara Nicaragüense del Pan, en la última década han “muerto” unas 40 pequeñas panificadoras, 20 medianas, y entre tres y cinco grandes, o sea un poco más de sesenta empresas de este tipo.

Pero no todos los planes de negocios relacionados con el pan están condenados a morir. A excepción de otros emprendedores, hace 15 años Rita Reyes y su esposo Roberto Vargas decidieron reescribir la trágica historia de la industria panificadora en Nicaragua, sin imaginar que la receta que incorporaron a su inicial plan de negocio serían tan perfecta que no solo les iba a permitir crecer a paso agigantado sino también que hoy están a punto de pisar tierras foráneas con sus productos elaborados a base de harina.   

     
Rita Reyes (a la izquierda), Gerente General de Procinsa, operadora de tres marcas de pan, muestra junto a su Jefa de Producción, el nivel de innovación en los productos que comercializan en todas partes del país.

Cansados de consumir a diario el mismo pan simple artesanal y tras conocer la experiencia innovadora en otros países de Centroamérica, el matrimonio Reyes Vargas decidió apostar por una idea de negocio que hacía un buen tiempo le venía dando vueltas: abrir puntos de venta de pan recién salido del horno, llamados puntos calientes.  

Abrir estos locales, sin embargo, sabían que no resultaría sencillo. Requerirían de una fuerte inversión, pero eso no los desanimó. Y tras hacer cuentas y atraer como socias a dos familias más, lograron reunir un capital semilla de 110 mil dólares, dieron el paso definitivo. Así nació y comenzó a gatear BuonPan, un término en italiano que en español se traduce: buen pan.  

   


De entrada se contrató a 15 personas para siete locales, distribuidos en varios supermercados y hasta mercados populares (Iván Montenegro y Mayoreo) de Managua donde se instalaron puntos calientes.

“Eran días de locura”, recuerda Rita, quien tras dedicarse por años a administrar otros negocios ajenos, decidió cerrar ese capítulo de su vida profesional para emprender junto con su esposo el negocio que cambiaría el curso de sus vidas.  

           


La clave inicial fue no sentir miedo a emprender. Fue el deseo de hacer algo distinto en el mercado panificador lo que empujó a este matrimonio a echar andar la idea, pese a que no tenían conocimiento sobre cómo se elaboraba el pan.

De lo único que estaban claros es que eran amantes de este alimento, el que nunca fallaba en la mesa. “Queríamos demostrar que en Nicaragua se podía hacer un buen pan y no que viniera una empresa extranjera a enseñarnos, esto se convirtió en un reto personal”, afirma.   

                


Para superar la barrera del conocimiento, optaron por contratar a un experto en la fabricación de pan, se lo trajeron del exterior. Se comenzaron a elaborar cuatro tipos de panes, cuyo éxito de modelo de negocio llegó a oído de otras cadenas de supermercados, las que pidieron también tener ese tipo de puntos calientes, naciendo así Mi Pancito.

Durante el proceso de crecimiento, Rita tuvo días muy difíciles. No resultaba fácil supervisar cada uno de los puntos, “pasamos casi cuatro años que nos dábamos contra las paredes”, dice la emprendedora, quien debía lidiar con la administración del negocio y la llegada de su cuarto hijo.      

               


Buscó asesoría. Desesperada por la manera rápida de cómo venía creciendo el negocio, llamó al director de la Escuela de Panificación de Panamá pidiéndole ayuda. Al llegar a Nicaragua, lo primero que le recomendó fue centralizar la zona de producción y eso implicaba repensar la forma en cómo se venía produciendo el pan y además cerraron los locales en los mercados, cuyo costo de operación era elevadísimo. De lo que estaban claros es que esa unificación de área de producción no debía sacrificar el sentido original del negocio: vender pan caliente.

Es así como esta empresaria comenzó a investigar sobre las tendencias a nivel mundial. Y fue como llegó a la fórmula de los panes precocidos congelados. “Es toda una tecnología que consiste en que nosotros horneamos el pan hasta cierto punto, es decir no le damos la cocción completa, lo congelamos y lo llevamos congelados a los puntos y allá nosotros lo terminamos de hornear”, explica.   

         


Esto les ha permitido estandarizar la calidad de los panes que se venden bajo las tres marcas que ahora operan. La tercera es Rico y Saludable, que nació de su interés por seguir innovando y apostando por una nutrición más sana entre los nicaragüenses.

Rita, quien se declara amante de la cocina, asegura que ninguna receta en este negocio está terminada. Cada una está en constante evolución. Experimenta con uno y otro ingrediente hasta que logra un producto de alta calidad.   

             
Rita Reyes, Gerente General de las marcas Buon Pan y Mi Pancito,  
muestra parte de la producción.  


Su crecimiento es tal que en un principio procesaban veinte quintales de harina por mes y hoy son 800 quintales los que venden en productos. Y además, el menú de tipos de panes supera las cien variedades.

A medida que han crecido a través de la innovación constante, han creado las condiciones económicas para ir accediendo a préstamos, los que reinvierten en tecnología en su planta de producción. “No nacimos como empresa enorme, sino que a medida que íbamos creciendo íbamos invirtiendo”, dice mientras observa desde un vidrio en su segundo piso la planta procesadora de pan que hace 15 años vio nacer.

Ahora la vida ha llevado a este matrimonio a otro reto: saltar a los mercados internacionales, los primeros pasos para vender sus productos fuera ya están dados.    

Contacto

Contacto: Rita Reyes, gerente general de Procinsa.
Teléfono: 2293-6321,
Dirección electrónica: mipancito@procinsa.net
Dirección del local: Kilómetro 10 y medio Carretera a Masaya, de la Gasolinera Uno, 450 metros al oeste.


Tomado del diario digital, www.laprensa.com.ni , Managua, Nicaragua.
Sección: Reportaje Especial.  
Viernes 29 de Abril del 2016.  











martes, 12 de abril de 2016

Un hombre bendecido

Después de varios meses sin trabajo, un hombre se aventuró a vender frescos a la sombra de una hilera de chilamates.   

Un hombre bendecido       

Buseros, taxistas y carros particulares reducen al mínimo la velocidad para comprarle frescos a este hombre, jefe de familia, que estuvo meses sin trabajar.   

Amalia Morales   

La sombra de los cinco chilamates baña el andén, la avenida y el frente de varias casas en Batahola. En ese punto, Carlos Romero, quien estaba sin empleo, se animó a fundar su negocio informal.

Al no hallar empleo formal, su mamá le había aconsejado vender frescos naturales, ella se los iba a hacer, le llamó la atención la idea, pero no sabía dónde venderlos. Un día pasó debajo de los cinco solitarios chilamates, adelante de la antigua Embajada de Estados Unidos, no había nadie vendiendo nada allí. Pensó que era el punto ideal para vender refrescos y en seguida puso manos a la obra.   

Carlos Romero no ha dejado de madrugar. Cuando tenía empleo formal se levantaba a las cinco de la mañana para alistarse, salir a la calle a tomar un bus y llegar a las siete de la mañana a su trabajo, al otro extremo de la ciudad. Ahora lo hace porque se levanta a colaborar con su esposa en los quehaceres domésticos. Tiene una hija de año y medio y otra de siete que va a la escuela. “Me levanto, hago el desayuno, ayudo con la niña… barro”, dice Romero, de 35 años. Una de las ventajas de su nuevo empleo es que le permite estar más cerca de su familia, compartir tareas domésticas y ayudar más a la crianza de las niñas. De vender frescos vuelve al mediodía o tres de la tarde; del empleo anterior volvía a las ocho de la noche a su casa, tan agotado que llegaba a comer y dormir.    

Se apareció con un balde enorme y con varias bolsas de refrescos y las vendió. Al principio le daba pena —confiesa—, pero no se amilanó. Tiene familia, esposa y dos hijas, y no podía seguir esperando que lo llamaran de alguna empresa para emplearlo en alguna bodega, que era en lo que había acumulado experiencia. Romero trabajó alguna vez en el área de bodega de Coca-Cola y por último estuvo en la bodega de una empresa de guatemaltecos que vende llantas de segunda en el sector del Mayoreo.  

Su trabajo consistía en cargar, descargar. De tanto esfuerzo un día le salió una hernia. Lo operaron, el Seguro le mandó el reposo necesario, pero le recomendaron evitar al máximo la carga. Esa fue la causa de su despido. Un día uno de los guatemaltecos lo mandó a llamar y le dijo: “Así no me servís, hasta aquí, ya no voy a ocupar más tus servicios”.   

“Y me mandó a descansar”, dice y sonríe con pena. Usa la palabra “descansar” como un eufemismo y cuenta la anécdota sin rencor. Eso pasó hace casi dos años. De inmediato metió papeles en muchas oficinas y empresas. Nunca lo llamaron. Esos seis meses sin trabajo fueron difíciles, asegura. A él nunca se le hubiera ocurrido la idea de vender frescos pero fue su mamá la que le propuso el negocio y a él le pareció, pero entonces se planteó la pregunta de ¿dónde vender los frescos? Romero vivía en el barrio Nora Astorga, contiguo a Batahola Sur y andando por las calles se fijó en el Zumen, pero estaba saturado de vendedores ambulantes, entre ellos varios termos con refrescos.   

EL PUNTO BENDITO  

Un domingo venía de predicar por las calles de Batahola y pasó por la avenida, reparó en la soledad de aquellos enormes chilamates, que proyectan una sombra inigualable y ¡zas! se iluminó: “Aquí me voy a poner”, se dijo y al otro día se paró con su balde de frescos al pie de uno de los árboles y a pocos metros del semáforo de El Gigante.

Y, como si ese lugar hubiera estado esperando que algún negocio floreciera allí, los vehículos empezaron a detenerse y a pedir refrescos de frutas, chía con tamarindo, zanahoria con naranja, semilla de jícaro, cacao, melón, granadilla con naranja y remolacha con naranja.     

También, los transeúntes, muchos de ellos estudiantes de la Aldea SOS, se detenían para beberse un fresco. “Es un fresco exquisito”, dice un estudiante de secundaria que a veces se ha bebido hasta cuatro frescos de un solo.

A diez pesos, se vendían rápido las bolsas que son “puro fresco y sin hielo. Si usted se fija el único hielo está en el balde”, dice Romero, quien pronto aprendió a prepararlos él mismo y se independizó de su mamá.

Diario, Romero vende setenta bolsas de fresco. Pudiera vender más, si se quedara todo el día, pero por ahora para él es suficiente.  

DA PARA COMER   

Llega a las siete de la mañana y generalmente antes de mediodía se ha ido. Al principio traía el balde con los refrescos en taxi, pero le cobraban hasta ochenta córdobas por un trayecto corto, relativamente corto, entonces, se hizo de un triciclo y ahora pedalea de su casa hasta el remanso de los chilamates.

Romero cuenta que el negocio de los frescos “no requiere de ciencia” alguna, es cuestión de comprar las frutas, pelar, mezclar con agua y azúcar, empacar y poner a enfriar. Diario, invierte cincuenta pesos de hielo para mantener los frescos helados en el balde.

Todas las tardes, Romero va al mercado Israel Lewites a comprar las frutas, que luego molerá en frescos, pero también compra la comida de su casa. “Con esta venta cubro algunas necesidades”, dice.  

Carlos Romero halló un punto ideal para vender refrescos naturales en la capital, a un lado del semáforo de El Gigante, en Batahola.  LA PRENSA/ A. MORALES      

Carlos Romero halló un punto ideal para vender refrescos naturales en la capital, a un lado del semáforo de El Gigante, en Batahola.  

CONOCER LA CALLE     

Un taxi pasa por el punto de Romero y baja la velocidad al mínimo, el vendedor detecta que viene por refrescos y en seguida corre con las manos cargadas de bolsas rosadas. Entrega una, dos bolsas, al tiempo que agarra los billetes.

“Hay mucha gente que sale de su casa sin desayunar y pasa por aquí comprándose un fresco. También hay gente que prefiere beber frescos en lugar de una gaseosa que es dañina”, explica.

—¿Nunca se han ido sin pagarle?

“Fíjese que no. Aquí me siento bendecido”, contesta este hombre que vende refrescos de lunes a sábado. 

Después que perdió la pena, aprendió a fijarse y entablar amistad con el vecindario. “Aquí todo el mundo me conocía”, dice. Algunos ya lo conocían por su trabajo evangelizador. A otros, muchos estudiantes, los ha conocido ahora.

Mientras cuenta su historia, sin soltar las bolsas de refrescos y sin alejarse del balde más que cuando aparece un potencial cliente en carro, pasa una motocicleta sobre el andén. Va en contravía y sin placa trasera. “Es policía, pero va de civil”, comenta Romero, quien se precia de conocer a la gente que circula en la zona.

Su balde de frescos permanece a un metro escaso de la avenida donde hay una ruda circulación de carros. Fue testigo de tres accidentes con heridos, no recuerda muertos. “El último (accidente) lo reprendí y no hubo más accidentes”, dice y luego explica que ha descubierto que tiene “el poder de la oración” para alejar lo malo de su vida.  

SOMBRA GENEROSA 

Lo que no ha logrado alejar es la competencia. Después que él se plantó al pie de los chilamates, al otro lado de la calle apareció otro vendedor de refrescos. “Es gente del Zumen que vio que aquí se vendía y se movieron”, dice resignado y satisfecho de que la clientela no ha disminuido.

Romero tiene la esperanza de ampliar su venta de refrescos, no sabe dónde, primero necesita encontrar a alguien de confianza para definir cantidad de refrescos y lugar.

Por ahora, está contento con los frutos que ha recogido a la sombra de los chilamates. “Estos árboles me protegen del sol… y también de la lluvia”, dice mientras dirige su mirada al tronco donde tiene arrimado su triciclo.    


“Es duro estar sin trabajo y es duro también tener un trabajo donde solo te oprimen y te humillen”. Carlos Romero, vendedor de refrescos naturales en el barrio Batahola.    


Tomado del diario digital, www.laprensa.com.ni , Managua, Nicaragua. 
Sección: Reportaje Especial.  
Martes 12 de Abril del 2016.  
Fecha Original: Viernes 17 de Abril del 2015.